Bajé y subí aquellos peldaños sin saber que un día sería el último. Jugando a aporrear aquellos buzones estropeados y sucios, a esconder pequeños insectos de plástico en tu diminuta nevera.
Se respiraba la brisa de un mar salvaje por los cuatro costados, y aquel olor a pescado fresco y sal y óxido...Vecinas tontorronas que se reían al verte y yo no entendía el porqué.
Comprábamos pan de París aún estar en plena Barceloneta, recogíamos piedrecitas misteriosas que no eran más que botellas hechas añicos y devueltas por la resaca. Nuestros pequeños rituales y aquella caracola majestuosa que siempre hacíamos sonar.
No imaginaba que te echaría tanto de menos y que aún hoy me pincharía tanto por dentro no haberte podido decir adiós.