08 mayo 2010

Pelecanus rufescens

Él nunca ha tenido muy claro como caminar de puntillas sin perder el equilibrio, ni decir la verdad en el momento adecuado. Le regalan sonrisas que se le amontonan a los pies de su cama, y que le incomodan cuando se desatan en carcajadas estridentes. ¿Será por su aparente tranquilidad? ¿O bien por su desnudez ficticia?. El insomnio es un habitual en sus noches de flexo y plumilla. Aún no ha conseguido entender porqué su vecino siempre lleva la camisa mal abotonada y se peina con la raya en medio sólo los días de lluvia. Nunca evita lo inevitable y se muerde el labio cuando no le salen las cuentas para llegar a fin de mes. Sólo los antihistamínicos le hacen ser consciente del paso del tiempo, él siempre tan frío. Si le preguntas siempre te responderá con soberbia, maldito elixir. Y aunque nunca he llegado a conocerle demasiado, creo que le admiro. Hay algo en él, en esencia. Saltaría una vez más - sin el miedo a acostumbrarme- a su boca infinita de pelícano. Y sería la definitiva. Y me iría, sin el beso de reglamento que protagonizó la penúltima cita.

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